Aurelio y Tomás |
El miércoles pasado recibimos en el aula de filosofía a Tomás y Aurelio. Son dos vecinos de
Argamasilla que pasaron hace un tiempo por la edad que ahora tienen mis
alumnos. Aurelio es de 1929. Tomás un poco más joven. Le devolveremos
la visita en abril o mayo. Nos trasladaremos todo el grupo al Hogar del
Pensionista a hacer filosofía. Aunque no estoy seguro de que lo que
sucedió el miércoles en el aula pueda ser denominado de ese modo. No fue un diálogo filosófico.
En ocasiones ni siquiera realmente diálogo. Fue, digamos, una
conversación tranquila, una charla, como en las sobremesas después de
comidas de familia y amigos cuando se mezclan gentes de distintas
generaciones e intercambian palabras. Nos acompañaron también María
Santana, Francisca Chaparro y Jesús Ruíz (profesores).
Nada
de lo que sucedió estaba sujeto a mi control. Es más, a mí me invadió
esta sensación de vértigo que se apodera del profesor que no domina la
situación, que sabe que no hay plan y que cualquier cosa puede pasar. Ni
siquiera conocía a nuestros invitados hasta diez minutos antes de que
comenzara la sesión.
Alba Manjón, Alba López, Isabel Rubio, Aurelio y Tomás |
Alba López e Isabel Rubio han visitado semanalmente durante un par de meses el Centro de Día de Argamasilla y se han relacionado con un buen número de los ancianos que hacen uso de ese centro. En el primer encuentro que tuvieron conmigo anunciándome su idea y pidiéndome opinión, se nos ocurrió que sería muy interesante que pudieran venir algunos de ellos a clase a compartir ese tiempo con nosotros, y también que nosotros pudiéramos ir al Centro de día a hacer una clase de filosofía. Así que ellas han realizado en estos meses una suerte de casting para finalmente invitar a estos dos buenos conversadores. Gracias a Isa y Alba.
Estaba yo entonces y ahora preocupado por pensar las posibilidades de materializar lo que Alejandro Sarbach llama “instituto poroso”: abrir el centro, el aula de filosofía en este caso, para que entre la vida. Dejarnos contaminar. Dejarnos “cuentaminar”.
Imagino
un tipo de Instituto de Enseñanza Secundaria en el que además del
esfuerzo por aplicar didácticas participativas y activas, aquellas
basadas en el principio de que “aprender es hacer” (Roger Schank), ofrezca un ambiente festivo o de aventura en el cual se valoren las “pedagogías de los imprevistos”;
y, además, se promueva la reflexión metacognitiva y la autoconciencia
(aquella que en algunos casos, cuando se da, queda relegada a la clase
de filosofía). Un Instituto “poroso” que facilite la circulación hacia
fuera y hacia adentro de experiencias e informaciones. En suma, un
Instituto escenario de “experiencias narrativas”, aquellas que no se dan
sólo cuando se leen o se narran historias, sino también cuando luego de
vivirlas, dichas experiencias son de tal calibre que permiten y exigen
ser narradas. Naturalmente que para que ello ocurra debería permitirse
un contexto escolar familiarizado con situaciones de caos, aunque
gestionado con buenas dosis de equilibrio emocional. ¡Menuda fantasía! (Alejandro Sarbach en Intersticios)
Fantástica
fantasía. Necesaria. Yo también imaginé. Imaginé el instituto como una
“cabina de cuentaminación”. Creando espacios porosos, abiertos a lo
otro, donde nos contemos, donde nos cuenten, donde aprendamos en la
relación con el otro. La deseabilidad de estas fantasías no sólo
descansa en supuestos teóricos sobre la naturaleza del aprendizaje
(¿cómo aprendemos?¿cómo aprendemos lo importante?), sino también en la
necesidad de crear una escuela que nos haga más humanos (la idea surge
sobre todo cuando constato el crecimiento de la xenofobia en los cursos
bajos de la ESO). [me ocuparé de desarrollar la idea en otra entrada:
aprendizaje rizomático, aprendizaje en red].
Durante la sesión |
Gracias también a Alba Manjón, que asumió con mucha madurez la responsabilidad de ser ella la que abriera el diálogo con una exposición oral de su lectura de Un mundo feliz de Huxley. Introdujo un buen conjunto de conceptos para que nos sirviéramos de ellos en ladiscusión o para provocarla. Libertad, felicidad, conocimiento-ignorancia, dominación, clases, cambio, envejecimiento.
Tomás y Aurelio son buenos conversadores. Hablaron mucho y también supieron escuchar. Desde luego, vinieron con ganas de hablar. “¡Sí, sí, venga! ¡preguntad! -dijo en una ocasión uno de ellos viendo como algunos alumnos, más disciplinados que ellos, levantaban la mano- ¡preguntad lo que queráis que estamos aquí dispuestos a responder!”. Nos hablaban a los alumnos y profesores presentes como si fueran depositarios de alguna verdad inaccesible aún para nuestras mentes jóvenes. No sólo por las palabras que utilizaban sino, fundamentalmente, por cómo las decían. Con fuerza y, en ocasiones, con urgencia.
Aunque
Aurelio y Tomás no eran portadores de un único discurso monolítico.
Mantenían posiciones distintas, tanto en el plano discursivo como en el
emocional. Aurelio, por ejemplo, manifestó en varias ocasiones su
pesimismo respecto de la juventud y los acusó de ser seres indolentes,
personas sin coraje, sin fuerza. Aunque hay que decir que él sí estaba
cargado de vida: salió un par de veces a bailar con su bastón al centro
del círculo. Tomás, por el contrario, asumió el rol de pedagogo. Su
discurso era mucho más optimista. Se pronunció contra la voluntad de
dominio de unos a otros e invitó a los chicos a que pensaran por sí
mismos y no se dejaran dominar. Tomás hablaba con la esperanza de ser
escuchado y de influir positivamente en los chicos. Nos leyó al final de la sesión un poema que había escrito esa misma mañana para nosotros. El primer verso decía así: "saber pensar es saber hacer." ¡Toma ya! [Nota: Aurelio fue a la escuela hasta los diez años. Tomás sólo estuvo escolarizado durante unos meses en su vida.]
El grupo de 1º de Bachillerato de Ciencias Naturales con Tomás y Aurelio |
Se
produjeron entre mis alumnos dos tipos de reacciones, al menos. Unos
estaban literalmente encantados. Incluso se emocionaron en algún
momento. Estoy pensando, por ejemplo, en la cara que tenía Antonio
cuando los escuchaba, de auténtica admiración. Creo que sobre todo les
atraía la inmediates del discurso, la fuerza de las palabras de Tomás y
Aurelio. Eran palabras con vida. Supongo que percibieron el contraste
con las palabras que llevamos al aula los profesores, palabras de
otros.Por otro lado, no sé si en el otro extremo, hubo alumnos a los que
les "angustió" la presencia de nuestros invitados. Intuyo que para
algunos fue violento justamente el modo en que Aurelio y Tomás se
sentían dueños de una cierta verdad, trasmitiendo una superioridad que
molestó a alguno de mis alumnos. Les preguntaré. Aún no tuvimos tiempo.