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martes, 9 de octubre de 2012

Sujetos sujetados

“En uno de sus últimos textos, Foucault reforzó la idea de que en las escuelas, no sólo las relaciones de poder, sino también las habilidades para lidiar con las cosas y las fuentes y mecanismos de comunicación, constituyen sistemas regulados y ajustados. La disposición del espacio, las formas meticulosas de regular la vida interna de la institución, la distribución de personas y funciones constituyen un bloque compacto de capacidad-comunicación-poder. En las escuelas, los individuos no hacen cualquier cosa, en cualquier momento, en cualquier lugar. Los espacios son cuidadosamente delimitados, el tiempo es marcado por un cronograma preciso, regular y regulado, los aprendizajes son organizados en etapas, de forma tal que se ejercite, en cada período, un tipo específico de habilidad. Un conjunto de formas reguladas de comunicación (lecciones, cuestionarios, órdenes, exhortaciones, señales codificadas de obediencia) y un conjunto de prácticas de poder (clausura, vigilancia, recompensas y puniciones, jerarquía piramidal, examen) conforman el campo de lo que es posible percibir, decir, juzgar, pensar y hacer en la institución escolar.
    Es importante destacar que estos bloques compactos no caen verticalmente, de arriba para abajo. Son bloques multidireccionales. No son los docentes que “oprimen” a los alumnos, ni los directores que somenten a los docentes, sino que todos ellos están sujetados en el interior de esos macizos bloques de capacidad-comunicación-poder. Ciertamente, no todos ocupan la misma posición relativa en esta red y, por lo tanto, estarán afectados de distinta forma por ella, pero no debe entenderse ese proceso en términos de “opresión” o “tiranía” de unos contra otros. La escuela sujeta los individuos -docentes, alumnos, directores, orientadores educacionales, padres, empleados- a esos consistentes bloques de capacidad-poder-comunicación que al mismo tiempo que objetivan esos individuos (por un juego de verdad que les es impuesto, donde son objetos silenciosos de modos de investigación que pretenden alcanzar el estatuto de ciencia, de prácticas que dividen, y de formas de vida que se vuelven sobre sí mismos), los subjetivan (por el mismo juego de verdad que los hace hablar sobre sí, conocerse y contribuir en la producción de una verdad y de una conciencia de sí).
    De modo tal que lo que un sujeto es no está disociado de la experiencia de sí mismo que es inducido a tener en una institución como la escuela. En este sentido, los mencionados bloques de capacidad-poder-comunicación condicionan, por lo menos, cinco dimensiones de la experiencia de sí que es posible tener en una escuela: a) perceptiva (aquello que es posible percibir de sí), b) discursiva (aquello que es posible decir de sí), C) moral (aquello que es posible juzgar de sí, según las normas y valores dominantes), d) cognitiva (aquello que es posible pensar de sí) y e) de gobierno (aquello que es posible hacer consigo mismo). Lo que percibimos, decimos, juzgamos, pensamos y hacemos en una escuela está inmerso en un complejo juego de prácticas discursivas y no discursivas, que generan las condiciones para que tengamos una cierta experiencia de nosotros mismos; en otras palabras, para que seamos aquello que estamos siendo. (págs. 90-93)
            WALTER OMAR KOHAN, Infancia. Entre educación y filosofía.

domingo, 27 de mayo de 2012

Sobre el preguntar


“¿Cómo nos relacionamos con el otro?¿De qué manera nos paramos frente al extranjero-infantil? Ocupamos la tierra del saber y del poder, del saber del poder y del poder del saber. Preguntamos preguntas que no interrogan, que no nos interrogan. Preguntamos lo que sabemos y lo que no sabemos no lo preguntamos. Preguntamos, sin preguntar, porque sabemos o creemos saber, para escuchar la única respuesta que confirma nuestro saber, que nos deja bien parados en esa tierra aparentemente firme de lo que creemos saber. Preguntamos para escuchar una única respuesta que nos conforma, que ya sabíamos antes de lanzar la pregunta. Preguntamos al otro, extranjero, infantil, lo que nunca nos preguntaríamos: lo que ya sabemos, ya pensamos y no pensamos que vale la pena volver a pensar. Preguntamos al otro para escucharnos a nosotros mismos y, si no, no escuchamos nada.
Preguntamos al extranjero-infantil a la manera de una evaluación escolar: para verificar si el otro sabe y piensa como nosotros, para consolidar que aprendió nuestros saberes y, en última instancia, para mostrarle todo lo que podemos si no sabe lo que hay que saber. Preguntamos como en una prueba de la escuela, sin preguntar de veras. Del mismo modo que miramos sin mirar, pensamos sin pensar y vivimos sin vivir.” 
                              WALTER KOHAN, Otra infancia es posible (en Filosofía para niños, Revista Internacional de los Centros Iberoamericanos de Filosofía para Niños y Niñas y de Filosofia para  Crianças. Número 7, 2011)