sábado, 30 de junio de 2012

Enseñar a partir del deseo


Aunque cabe interpretar de modos diversos el pequeño texto de Rousseau de la entrada anterior, la lectura que me interesa es la que hace Don Finkel (la que tiene que ver con el aula). Entendiendo, como también lo hacía Ortega, que se da aprendizaje cuando se necesita aprender, defiende que la enseñanza tiene que estar necesariamente vinculada a los intereses, necesidades, de los alumnos. A partir de aquí Finkel construirá un discurso crítico con el modelo tradicional de enseñanza trasmisiva y con la figura del profesor explicador, para defender una enseñanza que gire en torno a una indagación colectiva que trate de responder a problemas que interesen a alumnos y profesor. 

“Singularizando el interés, Rousseau va directamente al núcleo del asunto. Si una estudiante está interesada en lo que está aprendiendo, no preguntará nunca por qué tiene que  aprenderlo. No se le ocurrirá preguntar por qué debería estudiar álgebra, ya que desea aprender álgebra. Pero, ¿por qué desea aprender álgebra? Al centrarnos en la palabra ‘interés’, ¿no nos hemos limitado a apartar la pregunta de nuestra vista, en lugar de responderla?.
En realidad no hemos dejado a un lado la pregunta. El filósofo de la educación John Dewey vincula ‘interés’. Nuestra estudiante interesada quiere estudiar álgebra porque necesita el álgebra; la necesita ahora, no en algún futuro abstracto y remoto. Y, ¿por qué la necesita ahora? La necesita para resolver un problema que le preocupa, un problema que surge de manera orgánica de sus circunstancias actuales. Quizás esté construyendo una radio y necesite calcular qué resistencias utilizar, qué tipo de cable y cómo establecer los voltajes adecuados. O quizás nuestra estudiante sea una aficionada a la resolución de enigmas y se ha tropezado con un rompecabezas numérico demasiado complejo para ser resuelto mediante ensayo y error; el álgebra puede ser precisamente lo que ella necesita para conseguir dar un paso adelante y resolverlo.[...](p.105)
Vinculando el interés inmediato a la necesidad, Dewey abre una puerta a una nueva visión de la enseñanza. Dewey nos contempla a nosotros, los humanos, como organismos biológicos que intervenimos en nuestro ambiente para cubrir nuestras necesidades. Utilizamos patrones de acción existentes -hábitos- para cubrir estas necesidades, y la vida fluye suavemente hasta que encontramos algún obstáculo, que por tanto frustra nuestro intento de conseguir nuestro objetivo. Yo suelo encontrar las llaves de mi automóvil en el bolsillo delantero derecho de mi pantalón. Las encuentro con mi mano derecha sin pensar. ¡No están mis llaves! ¿Dónde están? Me pongo nervioso, me siento frustrado, empiezo a buscarlas. Tropezar con un obstáculo me desconcierta, produce desequilibrio.
La frustración o el desequilibrio que surge de la irrupción de una interacción continuada con nuestro mundo es lo que motiva el aprendizaje. Estábamos intentando hacer algo y hemos sido detenidos. Necesitamos encontrar nuestro camino para rodear el obstáculo y continuar la marcha hacia nuestro objetivo. De pronto nos hemos interesado por resolver un problema (cómo rodear el obstáculo).[...] (p. 106)
Y aquí es donde radica el meollo del asunto. Hemos utilizado las disciplinas académicas (matemáticas, historia, literatura, etc.) como base para organizar los programas escolares, y exigimos que los profesores enseñen a los estudiantes partes de estas disciplinas elegidas arbitrariamente durante periodos normalizados de tiempo. Ninguna forma de organización puede ser más antitética a la sentencia de Rousseau: ‘El interés inmediato: ése es el gran promotor, el único que conduce seguro y adelante’. La mayoría de los estudiantes no están interesados en entidades abstractas tales como ‘matemáticas’ o ‘historia’; sus intereses surgen de obstáculos, enigmas y puntos ciegos que brotan de sus propias circunstancias presentes y vividas. Ligando asuntos del contenido de su asignatura con estas áreas de experiencia problemáticas, los profesores pueden crear interés sobre partes de ‘matemáticas’ o ‘historia’. Pero difícilmente crearán un interés en el contenido abstracto completo de una asignatura. Y por ello, si siguen aferrados a las ‘matemáticas’ o a la ‘historia’, la mayoría de profesores que se proponen crear interés se verán obligados a confiar en un enfoque por etapas, buscando un interés para el trabajo de esta semana y después otro para el de la semana próxima.
Pero es posible un enfoque completamente diferente. El dictum de Rousseau invita a los profesores a organizar su enseñanza en torno a la indagación y no como las aisladas e inconexas abstracciones denominadas ‘historia’, ‘matemáticas’ o ‘literatura’. Una asignatura centrada en la indagación no se enfoca en el contenido de la asignatura tradicional, sino en un problema o pregunta. La materia de la asignatura se aprende como una herramienta útil para trabajar en el problema. Si deseamos saber la razón de que la publicidad domine nuestro panorama, debemos aprender algo de historia social y económica. La pregunta ‘¿Por qué tengo que aprenderlo?’ se responde a priori. [...]
Un giro así lo cambia todo. Para dar una asignatura así el profesor debe necesariamente tener primero un problema, uno que interese a los estudiantes y que también le interese a él. Una vez tiene el problema puede entonces comenzar la investigación; y será a partir de esta investigación, del intento de resolver el problema, de donde fluirá el aprendizaje. Si los estudiantes están interesados en la indagación, querrán aprender todo aquello que sea necesario para continuarla. No deben ofrecerse razones extrínsecas, ni recurrir a prometer la luna.” (p. 109)
DON FINKEL, Dar clase con la boca cerrada

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