lunes, 28 de mayo de 2012

Dicen los alumnos IV







Recuerdo que una vez  tuve que salir a hacer una exposición oral de historia, me lo sabía fenomenal, tenía todo preparado, un esquema hecho para poder expresarme sin complicaciones, en fin, todo lo que alguien que se lo prepare pueda tener. Incluso podría decir que estaba segura, segura de mí misma, convencida de que lo iba a hacer sorprendentemente mejor que nadie, entonces fue cuando pasó, estaba subiendo las escaleras y como todo el mundo hablaba de eso mi corazón latió más fuerte y deprisa, nada fuera de lo normal, pero fue entrar en el aula y venirme abajo, pensar en que no iba a poder hacerlo, empezar a creerme inferior a los demás, pensar que se me iba a olvidar todo, que me iba a quedar en blanco, el final de la historia pensareis que fue bueno. Pues no, me quedé en blanco y todos mis temores se hicieron realidad.
Y es que ahora mirándolo desde lejos, desde otro punto de vista me empiezo a preguntar, por qué no lo hice como tenía que haberlo hecho, por qué los nervios pudieron conmigo, por qué me dejé arrastrar por el desasosiego que tenía y muy importante por qué el miedo me ganó ese pulso. Me hago todas esas preguntas porque mi situación era la siguiente: estaba frente a un grupo de chicos y chicas y que por suerte los conocía de toda mi vida (desde preescolar) con demasiada confianza, tanta que a veces daba asco, como se suele decir.
Y desde ese día reflexiono una y otra vez, ¿Qué hice?, ¿Un grupo de chicos conocidos y una chica segura de sí misma?, ¿Qué podría haber salido mal? Pues os lo diré ahora mismo. Los profesores dicen que nos enfrentemos al problema, que no ocurrirá nada, que no tengamos vergüenza ¡Vergüenza! Quién ha dicho que tengamos nosotros vergüenza, nosotros que somos los del S.XXI, que llegamos a un lugar desconocido y exploramos hasta averiguar todo o que cuando entramos en una discoteca podemos llegar a flirtear con alguien al que apenas hemos conocido. No señores, no tenemos vergüenza, tenemos miedo, pánico por fracasar, pánico porque los demás nos digan que lo hemos hecho mal, que tendríamos que haberlo hecho mejor, que no se nos ha entendido, y más y más cosas. Porque somos así de crueles, echamos a los demás por tierra sin ningún sentido, solo por quedar bien o por interés propio, sin darnos cuenta de que lo han hecho como han podido y que se han esforzado. Y es que a veces pienso que somos demasiado egocéntricos para convivir en sociedad. No digo que todo el mundo sea así pero creo que sí la mayoría.

No sólo por eso tenemos miedo a hablar en público. Quiero destacar que habrá gente a la que le cueste más o menos, pero eso depende de su personalidad y timidez.

Nos cuesta porque primeramente, nuestros padres, familiares o amigos con los que hemos ensayado el “discursito” nos piden dar todo de nosotros, llegar a un peldaño de la escalera de la honradez, por decirlo de algún modo, y a lo que quiero llegar es que no sólo ellos nos lo piden, nosotros mismos nos lo pedimos, nos ponemos obstáculos y barreras a alcanzar y a superar, pero aquí no acaba la cosa, si ya de por sí tienes el peso de tus familiares y tu propio tu queriendo que demuestres lo que eres y lo que vales, también tienes el del profesor que claramente y por motivos de educación y  aprendizaje te lo pone en un lugar muchísimo más alto de lo que tu esperabas. Pero nosotros que somos seres racionales, pensamos que queremos buena nota y que podemos. Y el destino como siempre es adverso a nuestros pensamientos, en el momento que cruzas la barrera de la puerta de tu clase, tienes nervios, el peso de todo lo antedicho está en tu cabeza en ese momento, toda la gente mirando en frente tuya esperando a que te equivoques o no, el profesor echándote un ojo para ponerte pegas (siempre quieren poner pegas aún sabiendo que lo intentamos hacer lo mejor posible), tú intentando recordar esos resúmenes anteriores que hiciste y lo bien que te lo sabías, la realidad, pues que no te sale bien.
Seguro que quién lea esto y sea adulto pensará que son bobadas, pero es porque no se ponen en nuestro lugar, en ese instante tú pierdes los nervios se te van las ideas y hay gente que incluso puede llegar a llorar, pero no porque no nos lo sepamos, si no por la impotencia que tenemos de llevar en nuestra pequeña mente todos los datos que he comentado, no porque tengamos vergüenza ni mucho menos.

En conclusión, ya sé que tenemos mil pautas para poder hablar en público pero no las suficientes para que nosotros, los jóvenes de mi edad, podamos con tan poca experiencia de la vida enfrentarnos a un público tan crítico y a una situación tan inestable como es la de hablar en un aula.

1 comentario:

  1. Me ha gustado mucho la públicación de este ensayo me parece muy maduro e interesante.

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