¿Por qué nos
intimida hablar en el aula? (por Elena Lamas Cenjor)
Dibujo de Jaime García López
Recuerdo que una vez tuve que salir
a hacer una exposición oral de historia, me lo sabía fenomenal, tenía todo
preparado, un esquema hecho para poder expresarme sin complicaciones, en fin,
todo lo que alguien que se lo prepare pueda tener. Incluso podría decir que
estaba segura, segura de mí misma, convencida de que lo iba a hacer sorprendentemente
mejor que nadie, entonces fue cuando pasó, estaba subiendo las escaleras y como
todo el mundo hablaba de eso mi corazón latió más fuerte y deprisa, nada fuera
de lo normal, pero fue entrar en el aula y venirme abajo, pensar en que no iba
a poder hacerlo, empezar a creerme inferior a los demás, pensar que se me iba a
olvidar todo, que me iba a quedar en blanco, el final de la historia pensareis
que fue bueno. Pues no, me quedé en blanco y todos mis temores se hicieron
realidad.
Y es que ahora mirándolo desde lejos, desde otro punto de vista me empiezo
a preguntar, por qué no lo hice como tenía que haberlo hecho, por qué los
nervios pudieron conmigo, por qué me dejé arrastrar por el desasosiego que
tenía y muy importante por qué el miedo me ganó ese pulso. Me hago todas esas
preguntas porque mi situación era la siguiente: estaba frente a un grupo de
chicos y chicas y que por suerte los conocía de toda mi vida (desde preescolar)
con demasiada confianza, tanta que a veces daba asco, como se suele decir.
Y desde ese día reflexiono una y otra vez, ¿Qué hice?, ¿Un grupo de chicos
conocidos y una chica segura de sí misma?, ¿Qué podría haber salido mal? Pues
os lo diré ahora mismo. Los profesores dicen que nos enfrentemos al problema,
que no ocurrirá nada, que no tengamos vergüenza ¡Vergüenza! Quién ha dicho que
tengamos nosotros vergüenza, nosotros que somos los del S.XXI, que llegamos a
un lugar desconocido y exploramos hasta averiguar todo o que cuando entramos en
una discoteca podemos llegar a flirtear con alguien al que apenas hemos
conocido. No señores, no tenemos vergüenza, tenemos miedo, pánico por fracasar,
pánico porque los demás nos digan que lo hemos hecho mal, que tendríamos que
haberlo hecho mejor, que no se nos ha entendido, y más y más cosas. Porque
somos así de crueles, echamos a los demás por tierra sin ningún sentido, solo
por quedar bien o por interés propio, sin darnos cuenta de que lo han hecho
como han podido y que se han esforzado. Y es que a veces pienso que somos
demasiado egocéntricos para convivir en sociedad. No digo que todo el mundo sea
así pero creo que sí la mayoría.
No sólo por eso tenemos miedo a hablar en público. Quiero destacar que
habrá gente a la que le cueste más o menos, pero eso depende de su personalidad
y timidez.
Nos cuesta porque primeramente, nuestros padres, familiares o amigos con
los que hemos ensayado el “discursito” nos piden dar todo de nosotros, llegar a
un peldaño de la escalera de la honradez, por decirlo de algún modo, y a lo que
quiero llegar es que no sólo ellos nos lo piden, nosotros mismos nos lo
pedimos, nos ponemos obstáculos y barreras a alcanzar y a superar, pero aquí no
acaba la cosa, si ya de por sí tienes el peso de tus familiares y tu propio tu
queriendo que demuestres lo que eres y lo que vales, también tienes el del
profesor que claramente y por motivos de educación y aprendizaje te lo pone en un lugar muchísimo
más alto de lo que tu esperabas. Pero nosotros que somos seres racionales,
pensamos que queremos buena nota y que podemos. Y el destino como siempre es
adverso a nuestros pensamientos, en el momento que cruzas la barrera de la
puerta de tu clase, tienes nervios, el peso de todo lo antedicho está en tu
cabeza en ese momento, toda la gente mirando en frente tuya esperando a que te
equivoques o no, el profesor echándote un ojo para ponerte pegas (siempre
quieren poner pegas aún sabiendo que lo intentamos hacer lo mejor posible), tú
intentando recordar esos resúmenes anteriores que hiciste y lo bien que te lo
sabías, la realidad, pues que no te sale bien.
Seguro que quién lea esto y sea adulto pensará que son bobadas, pero es
porque no se ponen en nuestro lugar, en ese instante tú pierdes los nervios se
te van las ideas y hay gente que incluso puede llegar a llorar, pero no porque no
nos lo sepamos, si no por la impotencia que tenemos de llevar en nuestra
pequeña mente todos los datos que he comentado, no porque tengamos vergüenza ni
mucho menos.
En conclusión, ya sé que tenemos mil pautas para poder hablar en público
pero no las suficientes para que nosotros, los jóvenes de mi edad, podamos con
tan poca experiencia de la vida enfrentarnos a un público tan crítico y a una
situación tan inestable como es la de hablar en un aula.
Me ha gustado mucho la públicación de este ensayo me parece muy maduro e interesante.
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