viernes, 24 de junio de 2011

No somos robots, hacemos preguntas


“Responder es un proceso de adaptación
y preguntar un acto de rebelión”.
Jorge Wagensberg



A lo largo de todo el año hemos introducido en la liturgia del aula, tanto en los grupos de Bachillerato como en los de Ciudadanía de 2º de la ESO, un ritual que repetimos cada día y con el que empezamos la sesión y que consiste en la formulación por parte de cada alumno de una pregunta (una pregunta diaria) que enuncia en voz alta, pregunta que responde o debería responder a una inquietud personal y que elabora  y construye mirándose a sí mismo y a sus circunstancias (esta actividad es una deformación, transformación, de una propuesta didáctica elaborada por Alejandro Rozitchner). El alumno, una vez que ha compartido con los demás su pregunta, se levanta y escribe su pregunta en un gran mural sobre la pared. Cada día, todos los días la misma tarea condición de posibilidad del filosofar, preguntar. Me esfuerzo en producir un silencio evidente entre pregunta y pregunta para que puedan ser pensadas, digeridas y, en ocasiones, hemos sido capaces de crear momentos mágicos, momentos en los que una pregunta o una sucesión de ellas provocaban el desconcierto colectivo, la incertidumbre, una especie de inquietud que se sentía en el ambiente sin que mediase lenguaje más allá del propio preguntar.

Sirve esta tarea además (por eso he utilizado arriba los términos liturgia y ritual) como ruptura de nivel, utilizo el concepto acuñado por Mircea Eliade, rompemos con la clase anterior, con las actividades anteriores, rompemos con la cotidianidad (espacio y tiempo no son homogéneos) para entrar en el tiempo del filosofar. Suena un poco pomposo pero funciona, les sirve a ellos, y también a mí, de descanso (desconectamos con lo anterior) y de tránsito mental que nos predispone, nos prepara, para la tarea del filosofar.

Extendiendo el juego del preguntar a otras materias, a otros momentos y espacios, se podría transformar, entiendo, en una práctica que quizá sirviera para enfrentarnos a dos problemas fundamentales (están en el origen de otros) que afectan a un buen número de alumnos de la Secundaria Obligatoria y también del Bachillerato, a saber, ausencia de curiosidad y dificultades serias de comprensión lectora.

En relación al primer problema, no es para nada extraño encontrarte con un gran número de alumnos (claro que no estoy seguro de que no pase también entre el profesorado y se trate entonces de una suerte de mal social) carentes por completo de curiosidad, y no me refiero tan solo a lo que podríamos denominar curiosidad científica, una curiosidad que nos llevaría a desear responder a problemas de carácter universal, sino que esa ausencia de inquietud se extiende además hasta terrenos que tienen que ver con las peculiares circunstancias de cada uno (curiosidad por mí mismo, por mi vida, mis circunstancias); carentes entonces de motivación, de deseo por aprender, de lo que Ortega denominaba necesidad interna por estudiar, es decir, una necesidad real que surja del interior de uno mismo, o de lo que Wagensberg llama estímulos duros, estímulos que se originan en la propia conciencia. Así, hay muchos alumnos que no caen bajo la categoría de estudiantes; hay muchos alumnos (incluso de los que solemos calificar como buenos alumnos) que no estudian más que estimulados por la obtención de un aprobado o una buena nota, esto es, estudian como respuesta a un estímulo blando, a una necesidad externa.



“Hay, pues, que estudiar; es ello, repito, una necesidad del hombre, pero una necesidad externa, mediata, como lo era seguir la derecha que me marca el guardia de circulación cuando necesito pasear. Mas hay entre ambas necesidades externas -el estudiar y el llevar la derecha- una diferencia esencial que es la que convierte el estudio en un sustantivo problema. Para que la circulación funcione perfectamente no es menester que yo sienta íntimamente la necesidad de ir por la derecha: basta con que de hecho camine yo en esa dirección, basta con que la acepte, con que finja sentirla. Pero con el estudio no acontece lo mismo: para que yo entienda de verdad una cienciano basta que yo finja en mí la necesidad de ella, o lo que es igual, no basta que tenga la voluntad de aceptarla; en fin, no basta con que estudie. Es preciso, además, que sienta auténticamente su necesidad, que me preocupen espontánea y verdaderamente sus cuestiones: sólo así entenderé las soluciones que ella da o pretende dar a esas cuestiones. Mal puede nadie entender una respuesta cuando no ha sentido la pregunta a que ella responde.” Ortega y Gasset, Unas lecciones de metafísica (p. 24)

“La solución a tan crudo y bicorne problema se desprende de todo lo que he dicho: no consiste en decretar que no se estudie sino en reformar profundamente ese hacer humano que es el estudiar y, consecuentemente, el ser del estudiante. Para esto es preciso volver del revés la enseñanza y decir: enseñar no es, primaria y fundamentalmente, sino enseñar la necesidad de una ciencia, y no enseñar la ciencia cuya necesidad sea imposible hacer sentir al estudiante.” Ortega y Gasset, Unas lecciones de metafísica (p. 25)

“He aquí el primer problema. ¿Sabemos siquiera lo que deseamos saber?. Retrocedamos un poco. ¿Cómo empieza la elaboración del conocimiento?. Una respuesta viene de la mano de una pregunta, una pregunta de la mano de una inquietud, y una inquietud de la mano de un estímulo que nos llega del exterior vía sensorium.” Jorge Wagensberg, Ideas sobre la complejidad del mundo (p. 13)
“El centro del mundo está, definámoslo así, allí donde el mundo es pensado. Y el ansia por conocer el mundo está en el miedo por desconocerlo[...] La conciencia humana emprende la conquista del conocimiento como respuesta a ciertos estímulos, estímulos que pueden ser duros o blandos. Un estímulo blando es el que proviene de otra conciencia; es una conversación, es un cuadro, es un libro. El estímulo duro es el que proviene de la propia conciencia; es la agitación del alma, un asalto. Es la súbita perplejidad ante lo hasta entonces natural y cotidiano. [...]
Estímulos duros y blandos empujan la creación científica, filosófica o artística. Y la aventura del conocimiento continúa según devenga la inquietud inicial. Pues, si no la enterramos apresuradamente, esta inquietud caliginosa y zumbona se debatirá por ceñirse en una pregunta o en una imagen finita. Es esta la fase fundamental; proceso turbador para el espíritu y doloroso para las vísceras. Es cuando el pintor pinta o el pensador piensa. Es cuando al contemplar un cuadro, al escuchar música o al terminar un libro, concluimos en que algo habría realmente que ver, oír o leer. Es cuando los impulsos blandos derivados de otras conciencias se endurecen en la nuestra; crear y comunicar. Todo lo que tiene que ocurrir ocurre durante este proceso, pues, una vez se ha logrado formular la pregunta, la inquietud ya remite en su zumbido turbador y el alma se serena. La respuesta puede ser luego obvia, necesariamente provisional o del todo inexistente, pero esto ya no es tan grave. Crear es traducir inquietudes en problemas y contemplar es asistir a tal ejercicio.” Jorge Wagensberg, Ideas sobre la complejidad del mundo (p. 18)
“Responder es un proceso de adaptación y preguntar un acto de rebelión”. Jorge Wagensberg, Ideas sobre la complejidad del mundo (p. 19)



Alguna responsabilidad tendremos en esto los docentes y nuestras prácticas, la escuela, la sociedad, que transformamos a seres curiosos y preguntones en personas incapaces de producir una pregunta. Muchas veces me he sentido frustrado e impotente este año con un grupo de Psicología de 2º de Bachillerato. Con frecuencia hemos leído textos en clase, o hemos visto cortometrajes de ficción o documentales científicos. Les pedía a mis alumnos una única tarea, que fuésemos capaces de enfrentarnos a la lectura o al visionado con la voluntad de generar preguntas. A veces, demasiadas, sólo había silencio. En el fondo, sin presión por la selectividad en esta materia, creo que lo que pretendía hacer con mis alumnos es que ellos con sus preguntas marcaran el camino a seguir (tenéis estas inquietudes, tratemos de resolverlas, busquemos respuestas), como hace la maestra de mi hijo en 2º de infantil. Recuerdo un gran mural en el aula de mi hijo encabezado por la frase “¿Qué quiero saber?” y seguido de un montón de preguntas, aquel mes todas vinculadas con el mar, “¿se mueren los peces?”,”¿cómo respiran los peces bajo el agua?”...

Obligar a los alumnos a producir preguntas cuando leen, y preguntas adecuadas, me parece que forma parte del camino para comenzar a resolver el segundo gran problema al que me referí un poco más arriba. Se suele distinguir tres niveles distintos de lectura que se corresponderían cada uno de ellos con tres significados distintos para al verbo leer. Así, primero, cuando tenemos la edad de mi hijo, aprendemos a leer, es decir, a convertir la palabra escrita en sonido. Trabajan luego los maestros, una vez que ya sabemos leer, en la lectura comprensiva. Leer es comprender. Pero saber leer en sentido pleno tendría más que ver con ser capaz de interpretar críticamente lo leído, es decir, leer sólo puede ser leer personalmente. Y para alcanzar este tercer nivel de lectura tenemos que, necesariamente, descubrir las preguntas que se esconden tras el texto, las preguntas del autor del texto, y formular algunas nuevas provocando de esa forma un diálogo con el autor. Leer es dialogar.
Entonces, ¿por qué seguimos exigiendo a los alumnos en Secundaria Obligatoria y Bachillerato que reproduzcan lo leído?



“Así pues, el que quiere comprender tiene que retroceder con sus preguntas más allá de lo dicho; tiene que entenderlo como respuesta a una pregunta para la cual es la respuesta. Retrocediendo así más acá de lo dicho se pregunta necesariamente más allá de ello. Un texto sólo es comprendido en su sentido cuando se ha ganado el horizonte del preguntar, que como tal contiene necesariamente también otras respuestas posibles. En esta medida el sentido de una frase es relativo a la pregunta para la que es respuesta, por esto significa que va necesariamente más allá de lo que se dice en ella. Como se muestra en esta reflexión, la lógica de las ciencias del espíritu es una lógica de la pregunta”. GADAMER, H. G., Verdad y Método I, p. 448

lunes, 6 de junio de 2011

DE EXCURSIÓN CON ALGUNOS ALUMNOS A LA ESCUELA DE PADRES

“Una vida no pensada no merece la pena ser vivida” SÓCRATES

Hace unas semanas fui invitado a participar en una Escuela de Padres como profesor de filosofía del Instituto y tuve la idea de encargar a algunos alumnos de Bachillerato una exposición oral que se centrase en algún problema vinculado con la educación para que me acompañasen y la defendiesen ante los padres asistentes. Me pareció interesante que ese día se pudiesen reunir, se pudiesen enfrentar (y confrontar), las perspectivas que sobre la educación, la escuela y la sociedad tenemos padres, profesores y alumnos. Me pareció interesante, me parece necesario, que los alumnos dispusiesen de un espacio donde pudieran ser escuchados; sobre todo porque percibo que los estudiantes viven el tiempo y el espacio escolar como algo ajeno y no como algo de lo que también deberían apropiarse.

Defendí la idea de la necesidad de crear un espacio de diálogo y de reflexión colectiva que permitiese al instituto disponer de momentos de autoconsciencia donde se pudieran pensar los problemas a los que nos enfrentamos y se pudiera redefinir cada vez el camino a seguir, para impedir de esa forma una cierta robotización de la enseñanza, obligándonos de esa forma a reinventarnos a cada momento. Ese espacio de diálogo debería alejarse de esas fórmulas de la mayoría de cursos, reuniones y escuelas de padres en las que unos especialistas que saben (disponen de un saber) transmiten sus conocimientos a personas que no saben. Más bien se trataría de reunir a padres, profesores, maestros y profesores jubilados, alumnos, exalumnos, abuelos en estos encuentros para que desde sus respectivas experiencias enriqueciesen la mirada de los otros y construyesen  cada vez respuestas a los problemas a los que nos enfrentamos como colectivo. No creo, al menos esa es mi experiencia, que en los órganos de decisión de los que nos dota la ley (Consejo Escolar, Claustro, etc.) exista verdadero diálogo, reflexión, como tampoco esfuerzo para pensar la educación y para transformar la realidad educativa. Sucede que en estos espacios formales, un tanto fosilizados, nos relacionamos con los asuntos que nos ocupan como si fueran productos acabados, y no como productos que debemos construir, diseñar, definir. Es en estas reuniones donde nos comportamos como verdaderos funcionarios, ejercemos de agentes pasivos y no de verdaderos actores.

Entiendo que otra de las razones que justificarían nuestro  esfuerzo porque naciese un espacio como el que describo sería la de comenzar a deshacer la desconfianza  que caracteriza las relaciones entre profesores, padres y alumnos (desconfianza de los alumnos hacia los profesores y a la inversa, desconfianza de los padres respecto de los profesores y a la inversa, desconfianza entre padres e hijos), como por otro lado sucede en la mayoría de los ámbitos de la sociedad (entre políticos y ciudadanos, entre vecinos, …). Deberíamos asumir el reto que planteaba Marina de construir organizaciones inteligentes, centros de estudio inteligentes, y para eso deberíamos discutir, conversar, esforzarnos en comprendernos. Si es verdad que no educa el profesor sino el entorno, si es verdad que la responsabilidad de la educación es de la tribu entera, entonces no basta con que seamos individualmente inteligentes, esto es, buenos padres o profesores, sino que deberíamos ser inteligentes en tanto colectivo, en tanto formamos parte de una comunidad educativa. Deberíamos ser buenos juntos.

Intenté identificar este espacio como espacio filosófico en la medida en que se debería caracterizar por la reflexividad, por la polémica y por el diálogo. En cierto sentido suponía una invitación a incorporar la filosofía a nuestras vidas. No la filosofía como disciplina, como saber, como cuerpo teórico, sino la filosofía como actitud ante las cosas, actitud que incorpore la sospecha y la interrogación, que se haga cargo del desconcierto y que, sobre todo, sea sensible a lo real en sus distintas formas, es decir, cuidarnos siempre de mantenernos en disposición de que la realidad nos afecte (nos duela, nos sorprenda...).  Lo expresa muy bien Daniel Innerarity en La filosofía como una de las bellas artes, la filosofía es “[...]estar a gusto en la inquietud, a !a que Schopenhauer consideró como lo que mantiene en movimiento el perpetuo reloj de la filosofía; dejarse invadir por una incorregible curiosidad; crecer en la  capacidad de  admiración proporcionalmente a la extrañeza de lo admirado; saber que la antitesis más rotunda del filósofo es el vencedor; en suma: permanecer siempre vulnerable ante la realidad”. Supongo, en fin, que sería deseable también un punto de ingenuidad, como reclamaba Millás para el escritor.

Comparto aquí sus intervenciones, así como un cortometraje de otra alumna, Carmen Mª Zarco, que presentó en la Escuela de Padres y que trata de ser el reflejo del sentir de una buena parte del alumnado en relación a la escuela y al profesorado.








La experiencia fue muy positiva, lo pasamos bien, nos felicitaron y los alumnos se fueron orgullosos de sí mismos y contentos por haber sido escuchados. Los padres que asistieron participaron ofreciendo sus opiniones, aunque ocupamos demasiado tiempo con nuestras intervenciones lo que hizo imposible dedicar un tiempo tranquilo para el debate. Ahora bien, asistieron muy pocos padres y madres, como ya sucedió en el resto de jornadas de la Escuela de Padres celebradas en el actual curso. Me pregunto si el desinterés por estas jornadas no guarda relación con el formato de las mismas y si no habría que buscar entonces fórmulas más abiertas, más participativas, donde nos sintiéramos cómodos todos. También los alumnos.

Doy las gracias a todos los alumnos que me acompañaron en esta excursión por ofrecer su esfuerzo y su alegría. A Jonatan Domínguez Serrano, Luis Martín Lara Carretón, Arancha López Olmedo, Cristian López Torres, Lourdes Arias Salazar, María del Pilar Díaz-Pintado Serrano, Almudena Madrid Marquina, Carmen María Zarco González. También agradezco la generosidad de otro alumno, Eduardo Salazar López de la Oliva, que siempre está cuando se le necesita.

viernes, 20 de mayo de 2011

Dicen los alumnos II

Pensando la educación II (cuento moral por Pilar Díaz-Pintado Serrano, alumana de 1º de Bachillerato) 

“Los hombres han nacido los unos para los otros; edúcales o padécelos” MARCO AURELIO

El portazo fue tal que pudieron oírlo los vecinos de enfrente, las pegatinas que estaban adheridas a la puerta tiritaron  y los móviles que se encontraban colgando del techo de la habitación que acababa de ser brutalmente aislada del resto de la casa se agitaron como si de un terremoto se tratara, sin embargo, tras todo eso en la casa reinó una misteriosa tranquilidad.
Poco tiempo después, las cada vez más desgastadas manos de una madre golpearon tranquilamente la recién maltratada puerta de la habitación de su indomable hija. Tras un dulce y pausado: ''¿Puedo pasar?'' se oyó entre lágrimas un violento ''¡Vete de aquí! No quiero hablar contigo''. La madre, desobediente, abrió la puerta de la habitación y encontró a su hija tumbada en su cama, apartó algo de ropa y algunos peluches y se sentó pacíficamente junto a ella. La madre apartó los cabellos de la cara de su dolida hija y empezó el siguiente discurso en un tomo cariñoso y suave:
-Ya eres lo suficientemente grande para entender la lógica que motiva a un padre a actuar como, por ejemplo, actuo yo contigo. ¿Piensas que yo soy mala madre? La abuela sí que lo fue; antes de cada paseo con mis amigos me esperaba por su parte un interrogatorio acerca de mis planes, la gente con la que saldría, a qué hora volvería, qué haría...; siempre insistía en que ahorrara mi propio dinero para pagar mis caprichos a pesar de que ella podía regalármelos; me obligaba a asumir las responsabilidades de mis acciones aunque el castigo fuera tan severo que a ella le doliera verme así; en ocasiones, cuando alguien me hería ella no me consolaba porque quería que aprendiera que el mal existe en este mundo; ella, al igual que he hecho yo hoy, me decía NO cuando sabía que iba a odiarla por ello. Esas son las batallas que las madres se alegran al ganar, porque al final sois vosotros, los hijos, los que ganáis realmente. Por culpa de mi madre me perdí muchas cosas que otros chicos pudieron experimentar pero ahora que ya tengo mi propio hogar y te tengo a ti, trato con mi mejor buena voluntad de ser una madre tan mala como lo fue la mía.

Dicen los alumnos I

Pensando la educación I. ¿Qué es una persona inteligente? (por Almudena Madrid Marquina, alumna de 1º de bachillerato)
 
Hace unos días vi en un programa llamado “El programa de Millás: Inteligencias singulares”, a cuatro personajes famosos que todos conocemos y todos ellos tenían algo en común: habían sido fracasos escolares. Estos cuatro hombres eran: Juan Carlos Ortega: Humorista y escritor de “Morirse es una mierda”, no obtuvo el graduado escolar pero la escuela le enseñó a reírse de todo; Pablo Motos: Presentador de “El Hormiguero” y “No somos nadie”, incapaz de orientarse, la escuela le enseñó a enfrentarse a sus miedos; Gonzo Suárez: Creador del juego “comandos”, pasó por 13 colegios en los cuales aprendió que la autoridad era algo que no podía sujetarle; Enrique San Francisco: actor que triunfa en todo tipo de registros interpretativos, consiguió aprobar siendo metido interno y alejado del cine.
  Estos cuatro hombres son muy conocidos actualmente y cuando pensamos en ellos, los vemos como personas inteligentes, lo que me hace preguntar ¿Qué es una persona inteligente? o ¿las personas inteligentes son sólo aquellas que se adaptan al sistema educativo de la época? o ¿se puede llamar inteligente a alguien no válido para el estudio?
  Voy a intentar responder a estas preguntas desde mi punto de vista, pero antes quiero poner en mente de todos la misma definición de inteligencia, para ello he buscado y leído muchas definiciones de inteligencia pero no he encontrado ninguna que me guste lo suficiente así que he decidido crear mi propia definición de inteligencia: La inteligencia son las habilidades que desarrolla el ser humano para captar información y almacenarla, así como la capacidad humana de utilizar la información almacenada correctamente para enfrentarse al día a día.
  Ahora que todos tenemos en mente la misma definición de inteligencia voy a explicar mi punto de vista y es que yo pienso que una persona inteligente es aquella persona que es capaz de vivir día a día utilizando los conocimientos aprendidos a través de la experiencia, aunque esa persona no sea apta para estudiar. Es más creo que es imposible medir la inteligencia de una persona solo con observar unos numeritos impresos en una hoja de papel porque hay muchos tipos de inteligencia (tantos tipos como personas hay sobre la tierra) y no sería justo compararlos.
  Bien, es cierto, que la sociedad actual se rige por títulos, es decir, aquella persona que más títulos tenga tendrá más posibilidades de trabajar en mejores condiciones que el que no tenga títulos, y no solo eso, sino que el trabajador con títulos será considerado más inteligente que aquel que no los tiene. ¿Por qué? Básicamente, porque se supone que aquel que tiene más títulos es aquel que más capacidad tiene para captar y almacenar conocimientos, aunque en realidad no sea así.
  Pongamos un ejemplo, hay dos estudiantes de la misma edad, en el mismo grupo, con características similares…: uno de ellos tiene todo con sobresaliente pero luego es incapaz de pensar en las consecuencias de sus actos antes de hacerlos o resolver problemas que no estén dentro de sus libros de texto y sin ayuda, el otro tiene todo con suficientes e incluso algo suspenso pero luego es una persona que piensa mucho las consecuencias antes de actuar y autosuficiente. ¿Cuál de estas dos personas es más inteligente?, ¿Cuál de estas dos personas merece un mayor reconocimiento? Pues para mí está muy claro, es más inteligente el segundo. Es más inteligente porque es capaz de vivir aplicando los conocimientos que posee, ya sea aprendidos en un libro o gracias a la experiencia y porque no es más inteligente aquel que más fórmulas memoriza o mejor analiza frases o más fechas conoce si no que es más inteligente aquel que es capaz de llevar a la práctica en el momento oportuno y de la manera correcta todo eso.
  Aquellos que no están de acuerdo conmigo pueden pensar que me considero como el segundo caso de mi ejemplo, es decir, saco notas bajas pero me creo capacitada para todo, pues no, mis notas son normales y soy incapaz de resolver ciertos problemas yo sola. Digo todo esto porque vivo rodeada de estudiantes por todas partes: compañeros, amigos, familiares… y estoy cansada de ver como a todos se nos impone el mismo modelo de estudio, se nos enseña de la misma manera, y a todos se nos presentan los mismos patrones, las mismas expectativas sociales… lo cual no es nada favorecedor para los estudiantes porque cada uno es diferente al resto y solo aquellos que estén dentro de esos patrones serán considerados inteligentes y aquellos que, en teoría, mejor capten los conocimientos que existen en estos patrones serán los mejores pero en realidad no es así. Estoy cansada de ver cómo muchos se creen mejor que el resto porque sus notas son estupendas porque no se equivocan a la hora de escribir la respuesta en un examen, y estoy cansada de ver cómo muchos se creen tontos porque sus notas son malas, porque no pueden o no consiguen encontrar la respuesta correcta en el examen.
  Así que desde mi posición pido que no se trate a todas las inteligencias por igual porque yo puedo ser buena para resolver problemas con formulitas, una amiga puede ser buena para la música  y otra para el deporte, pero eso no quiere decir que ninguna de nosotras sea mejor o más inteligente que el resto, simplemente que nuestras inteligencias son diferentes  y no podemos compararlas, al igual que no se pueden comparar manzanas con elefantes. Es más me atrevo a decir que todos los tipos de inteligencia son complementarios, que no hay ninguna que se superponga al resto y que gracias a esta variedad de inteligencias el ser humano ha llegado a lo que hoy en día es.

miércoles, 4 de mayo de 2011

Sobre hablar por hablar y callar por callar

Podría callar y resistirme aunque solo fuese por una vez a lo que, confesémoslo, en muchos casos no es más que incontinencia verbal. Pero este correo tiene sentido, el de demostrar la verdad de una especie de máxima sobre la que venía reflexionando mientras conducía del trabajo a casa, a saber, nadie habla por hablar.
“Hablamos como si sirviera de algo” comentó un compañero (aquel a quien más aprecio) en el transcurso de una reunión de la Comisión de Coordinación Pedagógica. Pues bien, nadie habla por hablar, cuando hablamos actuamos (hacemos algo), no existe algo así como una enunciación gratuita, y cuando actuamos lo hacemos siempre (aunque no seamos consciente en ocasiones) con la voluntad de ejercer un cierto poder que puede o no terminar materializándose. Es decir, hablamos para poder manipular, para poder persuadir, para seducir, para resistir, para enamorar y para insultar, también para insinuar, para convencer, para destruir y para construir, para defendernos y para atacarnos, pero sobre todo para inventarnos (recuerdo si no el fantástico aforismo de Matute que pronunció en la recogida del Cervantes, “el que no inventa, no vive”). Aunque fuese verdad eso de que no vamos a poder modificar el texto final que termine aprobando la Administración (asunto este sobre cuya verdad nunca parece poder discutirse, digo, el de de “no va a servir de nada”), nuestro  “hablar por hablar” serviría para inventarnos, para modificar nuestra circunstancia, nuestro centro o al menos para cambiar la CCP y convertirla en un verdadero espacio de diálogo y de discusión, un espacio donde nos mostrásemos y no nos ocultásemos, donde hablásemos y no nos callásemos, un espacio donde comenzáramos a recorrer el camino hacia nuestra madurez como colectivo, madurez que sólo es posible si hacemos más a menudo eso de “hablar por hablar”. Eso que hemos hecho hoy y que ha servido para tanto.
         O acaso callar por callar, como hacemos tantas veces. Preferimos callar. Callar es fácil y callamos demasiado. Hace poco, también en una CCP, callé y debí hablar, callé, dejándome llevar por esta inercia de silencio que nos arrastra en ocasiones, esta inercia del “para qué hablar”, “como si sirviera de algo”, callé digo cuando en realidad me sentía en el deber moral de hablar. Hablar ¿para qué?. Para no permitir que una compañera se defendiese sola de un escrito de la Oficina de Evaluación que tenía un tono y un contenido ciertamente ofensivo en relación a su trabajo. Debí hablar y callé. Debimos hablar y callamos. No hablar por hablar, hablar por acompañar. A esta compañera le hubiera servido sentirse entendida, respetada por sus compañeros.
         Por lo tanto, eso de “hablar por hablar” es un hablar vacío, una frase hecha, una coletilla impensada. Mejor hablar, aunque tengamos luego que rectificar, aunque debamos volver a inventarnos.
Es verdad que hay conversaciones productivas, enriquecedoras, conversaciones que nos permiten crecer y otras en cambio que restan, que empobrecen, que nos hace peores. Bueno, pues conversemos para construir pero conversemos. Hablemos un poco más.

lunes, 28 de marzo de 2011

La escritura como reflexión, como auto-conocimiento, como acción

Ahora, cuando decido qué palabras utilizar para expresar adecuadamente la necesidad de esta tarea, la construcción de un blog-diario, la tarea de escribir, me invade mi propia imagen sentado en un café de una ciudad que no es la mía, con un bolígrafo en la mano, pensando ante una tarjeta postal qué escribir para resumir mis experiencias de ese día. Es entonces cuando te obligas a mirar lo vivido, descansando las piernas ante un café o una cerveza, como si interrumpieras el tiempo, el tiempo de la acción, el tiempo de la vida y, sólo en ese momento, momento en el que no vives, tuvieses la lucidez suficiente como para tomar conciencia de lo que has experimentado, de los sonidos, de los sabores, de los colores, de los rincones de esa ciudad. Es el tiempo de examinar el día. Sólo ahí, cuando busco transformar mi día en palabras, transformar la vida en lenguaje, siento que veo realmente. En ocasiones se vuelve el momento más interesante del viaje porque a la vez que piensas el día recién pasado, comienzas a imaginar y a soñar el siguiente.
Transcribo (porque las comparto) para comenzar este blog-diario y para que sirva de justificación de la existencia del mismo, algunos párrafos de un artículo más extenso que publica Alejandro Sarbach en su blog (muy recomendable) Carbonilla .

“¿Qué sucede pues cuando, en la investigación educativa, el investigador es el profesor que investiga su propia acción y forma parte de lo que sucede en el aula? Es inevitable que se produzca un cierto desdoblamiento; y en ello la escritura juega un papel fundamental. Cuando escribimos sobre lo que hacemos, sobre lo que vivimos en el pasado, sobre lo que ocurre a nuestro alrededor, la mediación de la palabra escrita nos permite alejarnos para comprender mejor lo próximo. Algo así como tomar distancia sin dejar de estar inmersos. Como si decidiéramos marchar de vacaciones a nuestro propio barrio. Para ello, salimos de casa y comenzamos a recorrerlo, mirando los escenarios más habituales y rutinarios como si los viéramos por primera vez. Es lo que también ocurre cuando, en los días previos a recibir la visita de un amigo o un familiar que desconoce nuestros lugares habituales de residencia, no podemos evitar, cada vez que hacemos los recorridos de siempre, mirar a través de los ojos de nuestro futuro visitante. Entonces se produce una curiosa experiencia de redescubrimiento de los lugares, una captación de perspectivas o de detalles, que seguramente fueron mil veces vistos, pero en realidad nunca verdaderamente mirados.

Esta experiencia de extrañamiento no resulta tan difícil de llevar a cabo como pudiera parecer en un comienzo; luego de superar, claro está, la pereza que produce ponernos delante de una hoja en blanco, y escribir sobre lo que nos pasa, sin tener la obligación de pensar en una programación o en una unidad didáctica o en un informa exigido por la administración educativa, con pautas o modelos predefinido. Muchas veces, cuando los hábitos y las rutinas están consolidados, un pequeño cambio en el día de cada día nos permite situarnos en una posición diferente y ver las cosas de otra manera. Para un profesor acostumbrado a dar sus clases de forma más o menos regular y sin grandes modificaciones o imprevistos, el sólo hecho de decidir un día comenzar a escribir en un diario todo aquello que pasa en cada hora de clase, seguramente le llevará, casi involuntariamente, a ver la realidad del aula de manera diferente, seguramente el paisaje se presentará desde nuevas e insospechadas perspectivas. Cierto es que la cantidad de horas y de grupos que debemos atender durante la semana no hace fácil esta tarea. Lo que sugiero es escoger un solo grupo, o en el mejor de los casos un solo nivel, y escribir un diario sobre lo que allí sucede. Muchas veces será sólo una línea que funcionará como recordatorio de lo que hemos hecho, otras una anécdota puede servir de disparador para una rica reflexión sobre nuestra práctica, o el pensamiento de los alumnos, o el clima del aula, etc.”

Artículo completo de Alejandro Sarbach.