miércoles, 4 de mayo de 2011

Sobre hablar por hablar y callar por callar

Podría callar y resistirme aunque solo fuese por una vez a lo que, confesémoslo, en muchos casos no es más que incontinencia verbal. Pero este correo tiene sentido, el de demostrar la verdad de una especie de máxima sobre la que venía reflexionando mientras conducía del trabajo a casa, a saber, nadie habla por hablar.
“Hablamos como si sirviera de algo” comentó un compañero (aquel a quien más aprecio) en el transcurso de una reunión de la Comisión de Coordinación Pedagógica. Pues bien, nadie habla por hablar, cuando hablamos actuamos (hacemos algo), no existe algo así como una enunciación gratuita, y cuando actuamos lo hacemos siempre (aunque no seamos consciente en ocasiones) con la voluntad de ejercer un cierto poder que puede o no terminar materializándose. Es decir, hablamos para poder manipular, para poder persuadir, para seducir, para resistir, para enamorar y para insultar, también para insinuar, para convencer, para destruir y para construir, para defendernos y para atacarnos, pero sobre todo para inventarnos (recuerdo si no el fantástico aforismo de Matute que pronunció en la recogida del Cervantes, “el que no inventa, no vive”). Aunque fuese verdad eso de que no vamos a poder modificar el texto final que termine aprobando la Administración (asunto este sobre cuya verdad nunca parece poder discutirse, digo, el de de “no va a servir de nada”), nuestro  “hablar por hablar” serviría para inventarnos, para modificar nuestra circunstancia, nuestro centro o al menos para cambiar la CCP y convertirla en un verdadero espacio de diálogo y de discusión, un espacio donde nos mostrásemos y no nos ocultásemos, donde hablásemos y no nos callásemos, un espacio donde comenzáramos a recorrer el camino hacia nuestra madurez como colectivo, madurez que sólo es posible si hacemos más a menudo eso de “hablar por hablar”. Eso que hemos hecho hoy y que ha servido para tanto.
         O acaso callar por callar, como hacemos tantas veces. Preferimos callar. Callar es fácil y callamos demasiado. Hace poco, también en una CCP, callé y debí hablar, callé, dejándome llevar por esta inercia de silencio que nos arrastra en ocasiones, esta inercia del “para qué hablar”, “como si sirviera de algo”, callé digo cuando en realidad me sentía en el deber moral de hablar. Hablar ¿para qué?. Para no permitir que una compañera se defendiese sola de un escrito de la Oficina de Evaluación que tenía un tono y un contenido ciertamente ofensivo en relación a su trabajo. Debí hablar y callé. Debimos hablar y callamos. No hablar por hablar, hablar por acompañar. A esta compañera le hubiera servido sentirse entendida, respetada por sus compañeros.
         Por lo tanto, eso de “hablar por hablar” es un hablar vacío, una frase hecha, una coletilla impensada. Mejor hablar, aunque tengamos luego que rectificar, aunque debamos volver a inventarnos.
Es verdad que hay conversaciones productivas, enriquecedoras, conversaciones que nos permiten crecer y otras en cambio que restan, que empobrecen, que nos hace peores. Bueno, pues conversemos para construir pero conversemos. Hablemos un poco más.

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