“Una vida no pensada no merece la pena ser vivida” SÓCRATES
Hace  unas semanas fui invitado a participar en una Escuela de Padres como  profesor de filosofía del Instituto y tuve la idea de encargar a algunos  alumnos de Bachillerato una exposición oral que se centrase en algún  problema vinculado con la educación para que me acompañasen y la  defendiesen ante los padres asistentes. Me pareció interesante que ese  día se pudiesen reunir, se pudiesen enfrentar (y confrontar), las  perspectivas que sobre la educación, la escuela y la sociedad tenemos  padres, profesores y alumnos. Me pareció interesante, me parece  necesario, que los alumnos dispusiesen de un espacio donde pudieran ser  escuchados; sobre todo porque percibo que los estudiantes viven el  tiempo y el espacio escolar como algo ajeno y no como algo de lo que  también deberían apropiarse.
Defendí  la idea de la necesidad de crear un espacio de diálogo y de reflexión  colectiva que permitiese al instituto disponer de momentos de  autoconsciencia donde se pudieran pensar los problemas a los que nos  enfrentamos y se pudiera redefinir cada vez el camino a seguir, para  impedir de esa forma una cierta robotización  de la enseñanza, obligándonos de esa forma a reinventarnos a cada  momento. Ese espacio de diálogo debería alejarse de esas fórmulas de la  mayoría de cursos, reuniones y escuelas de padres en las que unos  especialistas que saben (disponen de un saber) transmiten sus  conocimientos a personas que no saben. Más bien se trataría de reunir a  padres, profesores, maestros y profesores jubilados, alumnos, exalumnos,  abuelos en estos encuentros para que desde sus respectivas experiencias  enriqueciesen la mirada de los otros y construyesen   cada vez respuestas a los problemas a los que nos enfrentamos como  colectivo. No creo, al menos esa es mi experiencia, que en los órganos  de decisión de los que nos dota la ley (Consejo Escolar, Claustro, etc.)  exista verdadero diálogo, reflexión, como tampoco esfuerzo para pensar  la educación y para transformar la realidad educativa. Sucede que en  estos espacios formales, un tanto fosilizados, nos relacionamos con los  asuntos que nos ocupan como si fueran productos acabados, y no como  productos que debemos construir, diseñar, definir. Es en estas reuniones  donde nos comportamos como verdaderos funcionarios, ejercemos de  agentes pasivos y no de verdaderos actores.
Entiendo  que otra de las razones que justificarían nuestro  esfuerzo porque  naciese un espacio como el que describo sería la de comenzar a deshacer  la desconfianza  que caracteriza las relaciones entre profesores, padres  y alumnos (desconfianza de los alumnos hacia los profesores y a la  inversa, desconfianza de los padres respecto de los profesores y a la  inversa, desconfianza entre padres e hijos), como por otro lado sucede  en la mayoría de los ámbitos de la sociedad (entre políticos y  ciudadanos, entre vecinos, …). Deberíamos asumir el reto que planteaba Marina  de construir organizaciones inteligentes, centros de estudio  inteligentes, y para eso deberíamos discutir, conversar, esforzarnos en  comprendernos. Si es verdad que no educa el profesor sino el entorno,  si es verdad que la responsabilidad de la educación es de la tribu  entera, entonces no basta con que seamos individualmente inteligentes,  esto es, buenos padres o profesores, sino que deberíamos ser  inteligentes en tanto colectivo, en tanto formamos parte de una  comunidad educativa. Deberíamos ser buenos juntos.
Intenté  identificar este espacio como espacio filosófico en la medida en que se  debería caracterizar por la reflexividad, por la polémica y por el  diálogo. En cierto sentido suponía una invitación a incorporar la  filosofía a nuestras vidas. No la filosofía como disciplina, como saber,  como cuerpo teórico, sino la filosofía como actitud ante las cosas,  actitud que incorpore la sospecha y la interrogación, que se haga cargo  del desconcierto y que, sobre todo, sea sensible a lo real en sus  distintas formas, es decir, cuidarnos siempre de mantenernos en  disposición de que la realidad nos afecte (nos duela, nos sorprenda...).   Lo expresa muy bien Daniel Innerarity en La filosofía como una de las bellas artes, la filosofía es “[...]estar  a gusto en la inquietud, a !a que Schopenhauer consideró como lo que  mantiene en movimiento el perpetuo reloj de la filosofía; dejarse  invadir por una incorregible curiosidad; crecer en la  capacidad de   admiración proporcionalmente a la extrañeza de lo admirado; saber que  la antitesis más rotunda del filósofo es el vencedor; en suma:  permanecer siempre vulnerable ante la realidad”. Supongo, en fin, que sería deseable también un punto de ingenuidad, como reclamaba Millás para el escritor.
Comparto aquí sus intervenciones, así como un cortometraje de otra alumna, Carmen Mª Zarco, que presentó en la Escuela de Padres y que trata de ser el reflejo del sentir de una buena parte del alumnado en relación a la escuela y al profesorado.
La  experiencia fue muy positiva, lo pasamos bien, nos felicitaron y los  alumnos se fueron orgullosos de sí mismos y contentos por haber sido  escuchados. Los padres que asistieron participaron ofreciendo sus  opiniones, aunque ocupamos demasiado tiempo con nuestras intervenciones  lo que hizo imposible dedicar un tiempo tranquilo para el debate. Ahora  bien, asistieron muy pocos padres y madres, como ya sucedió en el resto  de jornadas de la Escuela de Padres celebradas en el actual curso. Me  pregunto si el desinterés por estas jornadas no guarda relación con el  formato de las mismas y si no habría que buscar entonces fórmulas más  abiertas, más participativas, donde nos sintiéramos cómodos todos.  También los alumnos.
Doy  las gracias a todos los alumnos que me acompañaron en esta excursión  por ofrecer su esfuerzo y su alegría. A Jonatan Domínguez Serrano, Luis  Martín Lara Carretón, Arancha López Olmedo, Cristian López Torres,  Lourdes Arias Salazar, María del Pilar Díaz-Pintado Serrano, Almudena  Madrid Marquina, Carmen María Zarco González. También agradezco la  generosidad de otro alumno, Eduardo Salazar López de la Oliva, que  siempre está cuando se le necesita.
Me parecen excelentes, la idea y el desarrollo. Ceder la palabra a los jóvenes es más que necesario. La prueba está en las reflexiones de estos jóvenes.
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